Desde hace unas décadas, en los países democráticos, las niñas se educan desde la preescolar hasta la universidad en escuelas llamadas coeducativas, queriendo significar que las niñas y los niños están en la mismo aula y reciben a misma enseño. Con todo, en ese tipo de escuela, las niñas no efectúan aprendizajes significativos equivalentes a sus compañeros hombres, porque la escuela, la educación formal y no formal, sigue siendo una importante correa de transmisión de la dominación masculina, del privilegio epistémico otorgado por nuestra tradición a la forma de conceptualizar el mundo los varones. El resultado es que la educación no es neutral, ejerce una socialización diferencial por sexos de acuerdo con la orden patriarcal e impone el modo masculino de estar y relacionarse con el mundo. Por eso es necesaria una intervención educativa encaminada a la consecución de la eliminación de los obstáculos, visibles e invisibles, que impiden el desarrollo integral de las capacidades de mujeres y hombres sin restricciones de género y que permita educar para ser igualmente diferentes