(*)Ante los desafíos que plantean las diferentes dimensiones de la globalización y en el contexto de la crisis actual, no pocas respuestas pasan por la implantación de nuevos modelos y estilos de liderazgo que sirvan para encarar con viabilidad unos escenarios políticos y económicos cada vez más competitivos y turbulentos, dotando de credibilidad tanto a las instituciones como a las propias élites políticas y administrativas.
Bien es cierto que a estas alturas nadie aspira a descubrir la importancia que poseen los liderazgos para la democracia. Puede decirse que si el liderazgo es una de las fortalezas más codiciadas por toda organización, lo es todavía más por la organización democrática. Se convierte en un componente prácticamente imprescindible en cualquier proyecto ambicioso de transformación política, de gestión pública, de cohesión nacional o identidad colectiva, de consolidación constitucional o, incluso, de afirmación internacional.
Todo parece indicar que, paradójicamente, a medida que la sociedad, la política y la gestión pública se vuelven más complejas, el ciudadano tiende a descodificar su realidad, y sus problemas, por medio de referencias en mayor medida simplificadas y personalizadas; un fenómeno éste que se ampara en un indudable clima de confusión y de reajuste ideológico propios de nuestro tiempo.
Debemos ser también conscientes de que los efectos del liderazgo pueden ser todavía de mayor calado. Porque el liderazgo demuestra ser uno de los mejores antídotos contra la temida desafección hacia lo público. Porque resulta un vehículo precioso para infundir ilusión a la ciudadanía, esto es, confianza en los propios o nuevos valores, o en el éxito de nuevos proyectos. Porque posee un potente contenido de representación simbólica. Y porque la ausencia de liderazgo puede sumir a la organización pública en una crisis no sólo de dirección, sino de valores, y hasta de identidad.
Sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo el liderazgo no ha sido un tema preferente de estudio sistemático por parte de la Ciencia Política y la Gestión Pública. Muchos analistas han tendido a pensar en términos de estructuras y de procesos globales e impersonales. En general, ha existido un escaso interés por lo que pudiera aportar el estudio del liderazgo al análisis de lo político y la gestión pública. En parte ello se ha debido a que el propio concepto de liderazgo ha solido colocar a los analistas en una situación particularmente incómoda: han tenido que enfrentarse a la indeterminación terminológica, a la confusión conceptual correspondiente, y al propio carácter multidimensional de un objeto de estudio (el liderazgo) con contornos sumamente difusos.
En fin, sea como fuere, en el actual debate sobre el futuro de la política y de la gestión pública queda mucho por dilucidar, por averiguar sobre cuál es el lugar que corresponderá a los liderazgos en el ámbito público.
Estaremos satisfechos si esta asignatura puede contribuir a una modesta reflexión sobre ello.
